Pintores Colombianos

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Principales pintores Colombianos

La pintura en Colombia.

A principios del Siglo XX, una vez pasada la época colonial, en Colombia se comenzó a forjar una identidad en la pintura. 

Durante sus inicios la pintura colombiana fue básicamente eclesiástica e histórica, de esta manera, la primera muestra se refiere a una obra llamada El Quintamiento de José María Espinoza, en el año 1816. Posteriormente, en 1886, se apertura la Escuela Nacional de Bellas Artes, entidad que formó a la mayoría de los artistas del comienzo del siglo XX.
En concordancia, se gestaron dos corrientes, una marcada por el arte académico francés, que enaltecía las representaciones de paisajes, bodegones o retratos del país europeo y la otra, por el muralismo mexicano, que testimoniando las crónicas sociales o políticas, influyó inmensamente en las obras colombianas.
Sin embargo, el pintor alemán Guillermo Wiedemann, quien llegó en Colombia en 1936, estimuló el arte abstracto, lo que determinaría a las generaciones posteriores. Pero con la inauguración del Museo de Arte  Moderno de Bogotá, en 1962, la pintura colombiana entró en una nueva etapa, que terminó de configurar una personalidad definida. 

Autores que influyeron en la pintura Colombiana y sus principales obras:

Dentro de la cultura colombiana, existen una gran cantidad de pintores que fueron determinantes en la madurez de este arte, y transcendiendo las fronteras sin perder su sentido autóctono, logrando ser reconocidos a nivel mundial.

Entre algunos de ellos encontramos:

1. Guillermo Wiedemann (1905-1969): 

Nació en Múnich, Alemania. Luego de estudiar en la academia de su ciudad natal, con el pintor Hugo von Habermann y de hacer numerosos viajes por Europa –París, Viena, Budapest y varias ciudades italianas– llegó a Buenaventura en 1939 y pronto comenzó a pintar óleos y acuarelas, con los temas del paisaje tropical y figuras de la raza negra. La no figuración en la obra de Wiedemann aparece en la exposición de acuarelas de 1957 en la galería “El callejón”. El pintor trabajó como no figurativo con gran imaginación y sensibilidad refinada. El color fue el elemento básico de sus composiciones; las manchas de color constituyeron la substancia de sus cuadros. A partir de 1962 el artista realizó numerosos collages y en 1963 expuso varios ‘asemblages’ –con latas, arenas, trozos de cuerda dentro de la ‘estética’ del informalismo–. Constante investigador, en 1964 regresó al óleo e hizo cuadros de concepción simple y ordenada, aproximándose a formas geométricas. 

2. Enrique Grau (1920-2004): 

Al morir en abril de 2004, Grau dejó una obra vastísima que comenzó en Cartagena, cuando era un niño, y a la cual sumó muchos trabajos personales y varias colecciones –de pintores colombianos, de arte precolombino, de arte colonial, etc.– para fundar un museo. Luego de ganarse, cuando tenía 20 años, un premio en el Primer Salón Nacional con el óleo “La mulata cartagenera”, el artista estudió en Nueva York en donde inició el tema de la violencia y trabajó diversos procedimientos de grabado, incluida la serigrafía de la que fue el primer practicante en Colombia. Luego estudió en Florencia, Italia, y allí realizó diversas obras semi-abstractas con influencia del cubismo. En 2002 y 2003 Grau hizo dos significativas exposiciones; la primera en el Centro Cultural y Educativo “Reyes Católicos” y la segunda en la galería “El museo”. En la primera reunió buena parte de sus grabados, realizados en todos los procedimientos –aguafuerte, xilografía, litografía, serigrafía– en los que se destacaron sus extraordinarias dotes de dibujante.

Ya visible en “El pequeño viaje del Barón von Humboldt” de 1977, una obra que reunió una narración ficticia y unos dibujos extraordinarios para recordar los textos y las ilustraciones dejadas por los viajeros europeos que, como Humboldt, recorrieron el continente americano a fines del siglo XVIII y comienzos del XIX. Allí Grau realizó sus más bellos dibujos zoológicos, previos a los animales de la serie “Galápagos” –1990-1994– y las “Mariamulatas” –1993-1995–. “Gozosos y dolorosos” se denominó la exposición de la galería “El museo”. La mejor parte era la de “Los dolorosos”, en la que junto a dos ensamblajes y dos óleos también había un número sobresaliente de dibujos, muchos excelentes. Por ejemplo, los grafitos “Secuestro, Foot ball” –con la cabeza de un muerto–. “Desaparecidos, comunidad” –un reguero de cadáveres–, etc. No pueden olvidarse las esculturas: Grau hizo terracotas, ensamblajes y bronces con sus personajes más reiterados de los últimos años. Un artista realmente polifacético. Grau también hizo cine, vestuarios, escenografías, así como ilustraciones, carteles y varias pinturas murales. 

3. Alejandro Obregón (1920-1992): 

Obregón nació en Barcelona y a los seis años llegó por primera vez a Barranquilla, pero después de tres años volvió a salir para estudiar en Inglaterra y Estados Unidos. En el Quinto Salón Nacional de 1944, hizo su presentación en el arte colombiano. Desde entonces su nombre estuvo en primer plano y para varios críticos –Walter Engel, Eugenio Barney, Marta Traba y Álvaro Medina– su aparición en escena significó la iniciación de una nueva época en la historia artística del país. Sus principales temas fueron los retratos –de familiares y amigos, además de varios autorretratos–, los animales –en una fauna interminable que incluye desde cóndores y toros hasta barracudas, mojarras y camarones–, flores carnívoras, escenas de violencia y, sobre todo, paisajes abstraídos –con claras alusiones al mar, a las playas, a las tempestades, a los eclipses y a los vientos–. Según el artista sus cuadros, más que motivos específicos, aluden a “Drama, catástrofe, registro de vida y un poco de todo”. Puede precisarse que la pintura de Obregón está caracterizada por el expresionismo y por la impronta mágica. Como Van Gogh usaba el color de manera arbitraria para expresarse con fuerza y sus representaciones recordaban lo “real maravilloso” de que hablaba Alejo Carpentier. La carrera artística de Obregón se puede dividir en cuatro períodos. Los dos primeros (1944-1948 y 1949-1954) son los de formación y búsqueda de un estilo personal.
En estos diez años el pintor comenzó a cimentarse a partir de influencias definidas: Braque, Clavé, Sutherland. Basado en estos artistas, Obregón elabora un vocabulario de signos que se va precisando y llenando de contenidos más americanos. El tercer período (1955-1967) es el de la madurez. Durante todos estos años el artista es el paradigma de lo nuevo, el más admirado y galardonado (ganó dos veces en 1962 y en 1966 en el Salón Nacional). El cuarto período comenzó en 1967 y llegó al año de su muerte. Trabajando al acrílico lleva a cabo numerosas series: “Anunciaciones”, “Flores”, “Paisajes de Cartagena”, “Violadas”, “Retratos de Blas de Lezo”, “Chivos expiatorios”. Como escribió Marta Traba “su obra es un juego de transparencias”; es como escribió García Ponce “siempre pintura, la pintura antes y la pintura después”, pero a través de la pintura, es Obregón entero o su rostro, o Blas de Lezo, o su grito, o la firme muñeca, o las trompadas de Obregón…


4. David Manzur (1929): 

Manzur nació en Neira, Caldas, tiene un ascendiente marcadamente europeo. La obra abstracta del artista se remonta a los primeros años sesenta. Después de estudiar en Estados Unidos y luego de hacer incursiones en el arte europeo medieval y renacentista, así como en el arte contemporáneo, desde José Clemente Orozco, Léger, Matisse, Obregón, Fernández Muro y Sarah Grillo, Manzur, establecido en Bogotá, comenzó a preparar su exposición de paisajes abstractos –paisajes lunares o de superficies extraterrestres– en la Biblioteca Luis Ángel Arango en 1966 –que demostró el interés del artista por el informalismo europeo, así como su pasión por la astronomía que había estudiado en el Instituto de Ciencias de Chicago, en 1963–. A partir de 1967 Manzur se orientó hacia las construcciones con hilos de nylon o acero, en las cuales es evidente la tutela del artista ruso Naum Gabo, radicado en Estados Unidos en los últimos años de su vida. Su producción abstracta se extendió hasta mediados de los setenta, cuando el colombiano retomó el trabajo figurativo que, con características reconocibles, ha realizado hasta hoy. Entre dichas características son constantes las influencias del surrealismo y del cubismo tardío. Pese a la reiteración temática de las obras de Manzur resulta sobresaliente la diversidad de composiciones, de distribuciones espaciales y de tratamientos de luces y sombras.
Ejecuta, por ejemplo, admirables variaciones del caballo. Acompañando al animal no puede faltar, en muchos casos, el jinete. Si el caballo se ve realista, observado de lado, pero estudiado predominantemente desde su trasero, las figuras de encima son muy poco humanas, o se trata de personajes fragmentados o en proceso de transformación. En la exposición “Ciudades oxidadas” de 2011, que reunió trabajos desde 2004 y que se denominó así por estar llena de recuerdos de su niñez y adolescencia –de la Guinea Ecuatorial, las islas Canarias– aparecen personajes como Sebastián, joven atormentado en Auschwitz, así como figuras femeninas con vestimentas del siglo XVII inspiradas en Velázquez y algún personaje con el nombre de Rembrandt. En la muestra “Pasado y futuro”, expuesta entre 2012 y 2013 en Bogotá, Bucaramanga, Jericó y Pereira, y que reunió 57 bosquejos de muy variados temas; algunos de hace muchos años, como los que trabajó para la transverberación de Santa Teresa (según Bernini) y San Sebastián. Entre diciembre de 2013 y febrero de 2014, Manzur realizó la muestra “Punto de partida”, un conjunto de dibujos y pinturas en torno a los caballos.
Caballos con jinetes en espacios reducidos. Sus imágenes son realistas, pero plenas de exageración: los músculos del animal, los pelambres de las crines y las colas. A fines de 2014 presentó “Obra negra”. Su título hace pensar en un trabajo que no se ha terminado, pero también alude a la producción de Goya en la llamada la Quinta del Sordo, como la llamaban sus vecinos y en la que el artista pintó para sí “Las sofocantes pesadillas que abrasan la mente cuando se ha hundido la garantía de la justicia para todos y la hipocresía gobierna y el hombre busca al hombre para matarlo...” (Según Dino Formaggio). En la exhibición de 2014 Manzur también presentó otros temas, incluyendo cuatro obras sobre “Las cuatro estaciones”: cuatro bodegones que recuerdan a Vivaldi y a Piazzolla y en los que el artista insiste en el instrumento musical que más ha pintado: el laúd.


5. Fernando Botero (1932): 

Botero, nacido en Medellín, es el artista –pintor, dibujante, escultor– más importante de Colombia de los últimos años. Su vastísima obra, su estilo característico y su amplio conocimiento de la historia de la pintura clásica hacen del antioqueño un artista excepcional en el país y en Latinoamérica. Su trabajo es difícil de encasillar, pero lo más justo es aproximarlo a la nueva figuración, aquella que deforma y  reinventa, aquella que revela el mundo del creador en el objeto artístico creado.
La obra de Botero es muy personal y de ninguna manera se puede confundir con las diversas posturas figurativas internacionales. Botero aseveró en 1967: “Soy una protesta contra la pintura moderna y, sin embargo, utilizo lo que se oculta tras de sus espaldas: el juego irónico con todo lo que es conocido por todos. Pinto figurativo y realista, pero no en el sentido chato de la fidelidad a la naturaleza. Jamás doy una pincelada que no describa algo real: una boca, una colina, un cántaro, un árbol. Pero la que describo es una realidad encontrada por mí...”. Los primeros trabajos de Botero son unas acuarelas de fines de los años cuarenta. En esta técnica, muy usada por los maestros de Antioquia, comenzando por Pedro Nel Gómez, pintó figuras expresivas e hizo hincapié en escenas populares, entre las cuales se destacan las realizadas en Tolú en 1951. Entre 1952 y 1955 el artista visitó varios países europeos. El Museo del Prado de Madrid fue su primera revelación. Allí comenzó a darse cuenta de lo mucho que debía aprender de los pintores del pasado. En París, mientras el Museo de Arte Moderno no le deparaba nada interesante, el Louvre lo colmaba con los pintores modernos del siglo XVII. Finalmente, en el norte de Italia, descubrió a los artistas que serían sus primeras influencias decisivas: Piero Della Francesca, Paolo Uccello y Andrea Mantegna. A fines de 1955 el artista viajó a México. Allí realizó varios cuadros en los que predomina la influencia de Rufino Tamayo. También es evidente que Botero recuerda a Obregón. El trabajo de México lo expone a comienzos de 1957 en la Unión Panamericana de Washington. 

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